sábado, 30 de septiembre de 2017

LA ESTRELLA DEL PONTIFICADO DE PIO XI

1 de octubre: Santa Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz, la Doctora más joven de la Iglesia, patrona de las misiones.



Al hablar de la carmelita de Lisieux detengámonos brevemente en algunos datos de esta joven santa.
Es la más pequeña de nueve hermanos, cuatro de los cuales murieron cuando eran pequeños. Sobrevivieron hasta la edad adulta cinco niñas, todas consagradas a Dios en la vida religiosa -cuatro carmelitas y una visitandina-. Sus padres, Luis y Celia, es el primer matrimonio canonizado conjuntamente como modelo de que la vocación matrimonial es camino de santidad.
Al poco tiempo de morir Teresa, cuando contaba tan solo 24 años, se difundieron como un reguero de pólvora tres cuadernos autobiográficos que había escrito en diversas ocasiones a petición de sus superioras. Y al Carmelo de Lisieux comenzaron a llegar miles de cartas de todo el mundo. En el cementerio de Lisieux, donde fue sepultada, tuvieron que poner policías para que los numerosos peregrinos que llegaban hasta su tumba, y que querían llevarse algún recuerdo de esta joven carmelita, no destrozaran el lugar. Pío XI la canonizó en Roma tan solo 30 años después de su muerte ante medio millón de peregrinos (¡en 1927!), 250 obispos y 33 cardenales. Fue proclamada también patrona de las misiones por este papa, quien hablaba de ella como “la estrella de mi pontificado” (e incluso llegó a afirmar que el Señor irradiaba tanta luz al mundo y a la Iglesia con la vida y el mensaje de Teresa, que ella es como “palabra de Dios para nuestro tiempo”). San Pío X había dicho que era “la santa más grande de los tiempos modernos”.
¿Cuál es el secreto de esta mujer, que ingresó en el Carmelo de su pequeña ciudad a los 15 años y murió en él nueve años más tarde de tuberculosis, para que haya influido y siga influyendo en millones de personas a semejanza de otros santos de fama universal e imperecedera como san Francisco de Asís? ¿Cuál es la clave de la vida y del mensaje de esta joven carmelita a quien san Juan Pablo II proclamó Doctora de la Iglesia universal, habiendo muerto tan solo 24 años y sin haber pisado en su vida una universidad, y de la que el gran teólogo Von Balthasar afirmó que después de ella urgía una revisión de la teología dogmática?
Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el Señor suscitó a Teresa para llevarnos al corazón del evangelio, a la esencia misma de la Buena Nueva: cada uno de nosotros es como un niño a quien su madre consuela y acaricia sobre sus rodillas (cf. Is 66,12-13), y esa madre es Dios mismo, de quien nuestra santa afirma que es “más tierno que una madre”.
Teresa descubre que lo que más agrada a Jesús es amarnos y que nos dejemos amar por él sin oponer ninguna resistencia, es decir, como los niños. La clave del “huracán de gloria” que Teresa ha levantado y sigue levantando en todo el mundo (¡mejor: el que el Señor ha levantado y sigue levantando con Teresa!) no es otra que aquello que Jesús nos dice con tanta sencillez en el evangelio, que a veces podemos no tomarlo muy en serio: “Si no os hacéis como niños”. Un niño cuya característica principal es el abandono confiado en brazos de su padre y de su madre, el dejarse amar y cuidar por ellos, sin los cuales el pequeño ni siquiera podría subsistir.
Esta es la clave. No consiste el cristianismo en una serie de prácticas o en acumular méritos haciendo cosos ni no en descubrir lo esencial de la existencia de cada uno de nosotros: Dios nos creó como ¡amigos! Para que nos dejemos amar por él incondicionalmente y lo amemos y seamos una bendición para él y para todos, sin exceptuar as nadie. El Señor, por medio de Teresa, nos ayuda a caer en la cuenta una y otra vez que lo que nos pide es que vivamos como hijos amados, no como esclavos que no paran de hacer cosas. ¿Acaso una madre no desea sobre todo que cada uno de sus hijos e hijas se dejen querer y cuidar por ella, prescindiendo de que sean más o menos exitosos en sus estudios, en sus trabajos, e incluso que estén sanos o sufran una grave enfermedad crónica. Pues este deseo de las madres es el deseo de Dios, el corazón del evangelio, que  algunos han denominado como “infancia espiritual”.
¿Y qué tiene qué ver esto con las misiones, con que Teresa sea patrona de las misiones? Si al proclamar el Evangelio debemos anunciar, ante todo, lo esencial del mismo -para continuar con tantas cosas más-, Teresa nos recuerda lo esencial: la alegría de Dios es, ante todo, que nos dejemos amar por él sin oponer ninguna resistencia a su ternura y a sus cuidados. Qué bendición que cada misionero, que cada cristiano, seamos testigos de esto. En una ocasión una persona le dijo a un sacerdote: “eres como un niño”. “El piropo más hermoso que me han dicho”, pensó él.

Arturo J Otero García
Delegado de Misiones
Diócesis de Alcalá