1 de octubre: Santa Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz, la Doctora más joven de la Iglesia, patrona de las misiones.
Al hablar de
la carmelita de Lisieux detengámonos brevemente en algunos datos de esta joven
santa.
Es la más
pequeña de nueve hermanos, cuatro de los cuales murieron cuando eran pequeños.
Sobrevivieron hasta la edad adulta cinco niñas, todas consagradas a Dios en la
vida religiosa -cuatro carmelitas y una visitandina-. Sus padres, Luis y Celia,
es el primer matrimonio canonizado conjuntamente como modelo de que la vocación
matrimonial es camino de santidad.
Al poco tiempo
de morir Teresa, cuando contaba tan solo 24 años, se difundieron como un
reguero de pólvora tres cuadernos autobiográficos que había escrito en diversas
ocasiones a petición de sus superioras. Y al Carmelo de Lisieux comenzaron a
llegar miles de cartas de todo el mundo. En el cementerio de Lisieux, donde fue
sepultada, tuvieron que poner policías para que los numerosos peregrinos que llegaban
hasta su tumba, y que querían llevarse algún recuerdo de esta joven carmelita,
no destrozaran el lugar. Pío XI la canonizó en Roma tan solo 30 años después de
su muerte ante medio millón de peregrinos (¡en 1927!), 250 obispos y 33
cardenales. Fue proclamada también patrona de las misiones por este papa, quien
hablaba de ella como “la estrella de mi pontificado” (e incluso llegó a afirmar
que el Señor irradiaba tanta luz al mundo y a la Iglesia con la vida y el
mensaje de Teresa, que ella es como “palabra de Dios para nuestro tiempo”). San
Pío X había dicho que era “la santa más grande de los tiempos modernos”.
¿Cuál es el
secreto de esta mujer, que ingresó en el Carmelo de su pequeña ciudad a los 15
años y murió en él nueve años más tarde de tuberculosis, para que haya influido
y siga influyendo en millones de personas a semejanza de otros santos de fama
universal e imperecedera como san Francisco de Asís? ¿Cuál es la clave de la
vida y del mensaje de esta joven carmelita a quien san Juan Pablo II proclamó
Doctora de la Iglesia universal, habiendo muerto tan solo 24 años y sin haber
pisado en su vida una universidad, y de la que el gran teólogo Von Balthasar
afirmó que después de ella urgía una revisión de la teología dogmática?
Podemos
afirmar, sin temor a equivocarnos, que el Señor suscitó a Teresa para llevarnos
al corazón del evangelio, a la esencia misma de la Buena Nueva: cada uno de
nosotros es como un niño a quien su madre consuela y acaricia sobre sus
rodillas (cf. Is 66,12-13), y esa madre es Dios mismo, de quien nuestra santa
afirma que es “más tierno que una madre”.
Teresa
descubre que lo que más agrada a Jesús es amarnos y que nos dejemos amar por él
sin oponer ninguna resistencia, es decir, como los niños. La clave del “huracán
de gloria” que Teresa ha levantado y sigue levantando en todo el mundo (¡mejor:
el que el Señor ha levantado y sigue levantando con Teresa!) no es otra que
aquello que Jesús nos dice con tanta sencillez en el evangelio, que a veces
podemos no tomarlo muy en serio: “Si no os hacéis como niños”. Un niño cuya
característica principal es el abandono confiado en brazos de su padre y de su
madre, el dejarse amar y cuidar por ellos, sin los cuales el pequeño ni
siquiera podría subsistir.
Esta es la
clave. No consiste el cristianismo en una serie de prácticas o en acumular
méritos haciendo cosos ni no en descubrir lo esencial de la existencia de cada
uno de nosotros: Dios nos creó como ¡amigos! Para que nos dejemos amar por él
incondicionalmente y lo amemos y seamos una bendición para él y para todos, sin
exceptuar as nadie. El Señor, por medio de Teresa, nos ayuda a caer en la
cuenta una y otra vez que lo que nos pide es que vivamos como hijos amados, no
como esclavos que no paran de hacer cosas. ¿Acaso una madre no desea sobre todo
que cada uno de sus hijos e hijas se dejen querer y cuidar por ella,
prescindiendo de que sean más o menos exitosos en sus estudios, en sus
trabajos, e incluso que estén sanos o sufran una grave enfermedad crónica. Pues
este deseo de las madres es el deseo de Dios, el corazón del evangelio,
que algunos han denominado como
“infancia espiritual”.
¿Y qué tiene
qué ver esto con las misiones, con que Teresa sea patrona de las misiones? Si
al proclamar el Evangelio debemos anunciar, ante todo, lo esencial del mismo
-para continuar con tantas cosas más-, Teresa nos recuerda lo esencial: la
alegría de Dios es, ante todo, que nos dejemos amar por él sin oponer ninguna
resistencia a su ternura y a sus cuidados. Qué bendición que cada misionero, que
cada cristiano, seamos testigos de esto. En una ocasión una persona le dijo a
un sacerdote: “eres como un niño”. “El piropo más hermoso que me han dicho”,
pensó él.
Arturo J Otero García
Delegado de Misiones
Diócesis de Alcalá
Arturo J Otero García
Delegado de Misiones
Diócesis de Alcalá