El P. Francisco Rodríguez González es director espiritual del Seminario Mayor Diocesano "La Inmaculada y de los Santos Justo y Pastor"
Testimonio misionero
Perú 8-29 de Agosto 2019
Desde el
Seminario de Alcalá hemos tenido la enorme gracia de poder tener una
experiencia de misión. Tres seminaristas y yo nos embarcamos hacia Lima el día
8 de Agosto, rumbo a una misión que nos habían preparado, con todo lujo de
detalles, la ONG católica “Coprodeli”, fundada por el Padre Miguel Ranera hace
30 años. En España, el Padre Miguel ya nos había puesto sobre aviso de que
íbamos a una parte muy conflictiva de Perú como es el Callao, zona portuaria
cerca de Lima, con un índice de criminalidad e inseguridad muy alto y con
bastante precariedad. Nos alojamos en su propia casa del Callao, que se
encuentra dentro del centro de Coprodeli donde están las oficinas. Llegamos en pleno
invierno, con casi el 100% de humedad, aunque mucho menos duro que en España.
Los primeros días fueron para adaptarnos al jet lag, pues son 7 horas menos que
aquí, y conocer algunas zonas del Callao y Lima. El primer domingo y el
siguiente acompañamos a un sacerdote colaborador de Coprodeli a un lugar llamado
los “Barracones”, donde abundan el tráfico de drogas, los robos y el sicariato,
para celebrar tres misas en tres capillas que Coprodeli había levantado en esta
zona hacía poco tiempo. Según avanzas con el coche, enseguida te sorprende la
geografía gris de pobreza y miseria que acompaña a todo lo que ves, con casas
muy humildes y sobre todo la sensación de inseguridad en un barrio controlado
por bandas rivales, donde muere gente cada
semana en reyertas, ajustes de cuentas y por fuego cruzado, donde se tiene
controlado hasta la matrícula y modelo de tu coche y donde al menos aún se le
tiene cierto respeto a los sacerdotes y voluntarios de Coprodeli. Y llegas a
unas capillas muy humildes, con personas muy sencillas que te brindan una gran
acogida, que celebran la Eucaristía con gran devoción y acuden al sacramento de
la confesión, mientras otro de los dos sacerdotes que estábamos celebraba la
Eucaristía. Al final de la Misa, los seminaristas compartían su testimonio de
vida con ellos. En medio de tanta pobreza e inseguridad, en el barrio más
peligroso de todo el Perú, te ves muy sostenido por la oración y compruebas con
gozo que el Evangelio va impregnando de savia nueva la vida de muchas almas
dejadas en la intemperie, olvidadas por el Estado y la sociedad, pero nunca por
Dios. Sorprende el amor y respeto que se le tiene a los sacerdotes. No
olvidaremos lo agradecidos que se mostraban de que estuviéramos allí y con qué
deseo nos pedían que volviéramos algún día. El lugar aún está a la espera de
construir una parroquia en el futuro.
El lunes por
la mañana empezamos el programa de misión, que se repetiría durante dos semanas
y media por distintos lugares. Nuestra labor consistió especialmente en visitar
los colegios fundados por Coprodeli en zonas de exclusión social. Junto a cada
colegio se construye una parroquia y en algunas partes incluso casas para ser
ocupadas en el futuro o un centro de salud. Se intenta crear microclimas
cristianos para ir cambiando la sociedad y las personas. A los niños y padres
que viven muy precariamente se les ofrecen unas instalaciones con una gran
dignidad y una educación que busca formar personas de forma integral desde una
antropología cristiana. La mañana de misión comenzaba con una lectura orante de
la Palabra de Dios con los profesores y la Santa Misa junto con los alumnos del
centro, al final de la cual los seminaristas daban testimonio. A continuación,
los mismos seminaristas iban pasando por las aulas de los alumnos, cuyas edades
oscilaban entre los 3 y 17 años, llevándoles a Jesucristo, hablándoles del
proyecto de vida de Dios para ellos, de la santidad, de la educación en
virtudes, etc. Algunos días también teníamos escuela de padres o reuniones con
mujeres en situaciones de riesgo. Durante la jornada, los profesores y
colaboradores de Coprodeli iban trayendo a los alumnos para confesarse y allí
te das cuenta una vez más de la suerte que tienes de ser sacerdote y de poder
hacer lo que nadie más puede en ese colegio, que es perdonar los pecados y ser
testigo de la gracia del sacramento obrando en los niños, jóvenes, profesores y
padres. Tienes la oportunidad de tocar la carne de Cristo sufriente en tantos corazones
heridos por tantas situaciones y de poder dar consejos de dirección espiritual.
La gente necesita tanto ser escuchada y compartir lo que están viviendo. Aunque
dedicas mucho tiempo, cada día la necesidad y la tarea es ingente, muchos se
quedan sin poder confesarse o recibir consejo. En la zona del Callao y
Pachacutec hay sacerdotes, pero con bastante carga pastoral y los colegios son
atendidos difícilmente. Sin embargo, hacia el sur, por la zona de Chincha,
Pisco e Ica, escasean mucho más los sacerdotes. Llegamos a encontrar incluso
una parroquia atendida por el obispo de la diócesis por falta de clero.
Cada día estábamos
de vuelta en nuestra hospedería por la tarde/noche, agotados, incluso alguno afónico,
pero con el gozo de habernos desgastado por la misión y con el descanso que da
el saber que es el Señor el que tenía que hacer crecer lo que pobremente habíamos
podido sembrar ese día. La jornada terminaba normalmente con rosario, adoración
y el rezo de vísperas, como no podía ser de otro modo, pues si no te llenabas
de Dios y de los cuidados de Nuestra Madre no había nada que hacer.
Muchos
rostros de personas, imágenes de diferentes sitios y experiencias vividas quedan
para el recuerdo: la casa de chapa sin ventanas en la que vivía una joven
enferma de cáncer con su familia y con la que pudimos rezar el rosario y
administrarle los sacramentos; la sencillez y alegría de los niños; la
generosidad de muchas almas; la acogida y cuidados de los colaboradores de
Coprodeli que estuvieron muy pendientes de nosotros; la sed de la Palabra de
Dios que se percibía; la enorme necesidad de sacerdotes y de formación
doctrinal y espiritual; los cuidados de la Divina Providencia y Nuestra Madre
en la misión; verificar una vez más que hay más dicha en dar que en recibir; los
sueños de un joven sacerdote español que llegó aquí hace muchos años y que ya
son toda una realidad.
Dicen que
cuando vuelves de la misión te quedas herido y que tu cuerpo y tu mente están
en España, pero tu corazón se queda allí. También se escucha que no hay que
olvidar que Europa es tierra de misión, que aquí hay también mucha falta de
sacerdotes y que se percibe una pobreza a veces peor que la que se encuentra en
países de misión. Y vuelves y observas de nuevo tantas iglesias vacías con misas
frecuentemente celebradas, falta de práctica sacramental, poca sed de Dios y mayor
frialdad espiritual, un número considerable de sacerdotes a los que poder
acudir aunque la dirección espiritual está muy dejada, tantas oportunidades de
formación a todos los niveles, seguridad y calidad de vida. Ciertamente esta es
tierra de misión. Ciertamente tu corazón se queda allí.