martes, 13 de octubre de 2015

EXPERIENCIA MISIONERA DE CONCHI

Conchi tuvo este verano su primera experiencia corta de Misión en Bangladesh y confiesa llevar a esas personas para siempre en su corazón. 


Me llamo Conchi, trabajo como maestra de inglés en un colegio de Alcalá y este verano he estado haciendo una experiencia de misión en Bangladesh.
Supongo que la primera pregunta que podría surgir es la razón por la que a uno se le pasan estas ideas por la cabeza. Lo cierto es que a mí no se me  pasó nada, simplemente se me ofreció la oportunidad de ir, yo vi que era Voluntad del Señor, y, ¡encantada!, ¡El sólo puede pedirnos cosas buenas!.Bueno… lo cierto, es que pensé qué podría hacer en tan pocos días allí, un mes escaso.  Hacer, hacer, se puede hacer poco, pero estando allí, pude descubrir,  que lo importante no es lo que uno va a hacer, ni siquiera es importante lo que los misioneros hacen durante toda su vida en aquellos lugares, no es la ayuda material lo que aquellas personas necesitan, aunque esta sea muy importante.  Lo realmente indispensable  es lo que a uno le motiva a ir, la experiencia que cada uno de nosotros tenemos del amor con que Dios nos ama y que necesitamos testimoniar y difundir, este tesoro que llevamos en vasijas de barro. 
El simple hecho de ir a compartir con ellos unos días hace que estas personas se cuestionen que son lo suficientemente importantes, dignas y queridas por Dios como para que alguien que vive a miles de kilómetros vaya a pasar un tiempo con ellos y a compartir su vida y su tiempo.
El Papa Francisco en la bula que ha escrito “MisericordiaeVultus”, nos invita a tener un corazón misericordioso como el de nuestro Padre Dios.  En particular nos interpela para que abramos el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales… A abrir nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos privados de dignidad para que nuestras manos estrechen sus manos,  y a acercarlos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y fraternidad para que su grito sea el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia, que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.
Este verano he estado con niños y niñas en una escuela de Bangladesh, además de con los adultos y familias que están alrededor de la escuela que unos misioneros javerianos tienen en aquel país. Les hemos llevado algunas cosas, hemos tratado de aliviar un poquito tantas necesidades materiales cómo tienen, pero no ha sido eso lo que tanto ellos como nosotros hemos apreciado más. Puedes dar a un pobre un mendrugo de pan, pero como no le ames y le aprecies como hermano, le puedes humillar más, le harás sentir que es sólo eso, un pobre.
 Ha sido el hecho de compartir ,lo que nos ha unido, de experimentar juntos que tenemos un Padre bueno que cuida de cada uno de nosotros, de que nosotros nos podemos amar como El nos ama y de que somos hermanos. Sin lugar a dudas, todos hemos salido ganando.

Sé que allá a miles de kilómetros tengo personas que se acuerdan de mí y que me llevan en su corazón, al igual que yo las llevo en el mío y me acuerdo de ellos, y pido al Señor que cuide de ellos y los proteja, porque son hermanos míos, porque “su grito es ya el mío”, han pasado a formar ya parte de mi vida.