Conchi tuvo este verano su primera experiencia corta de Misión en Bangladesh y confiesa llevar a esas personas para siempre en su corazón.
Me llamo Conchi, trabajo como
maestra de inglés en un colegio de Alcalá y este verano he estado haciendo una
experiencia de misión en Bangladesh.
Supongo que la primera pregunta
que podría surgir es la razón por la que a uno se le pasan estas ideas por la
cabeza. Lo cierto es que a mí no se me pasó nada, simplemente se me ofreció la
oportunidad de ir, yo vi que era Voluntad del Señor, y, ¡encantada!, ¡El sólo
puede pedirnos cosas buenas!.Bueno… lo cierto, es que pensé qué podría hacer en
tan pocos días allí, un mes escaso.
Hacer, hacer, se puede hacer poco, pero estando allí, pude descubrir, que lo importante no es lo que uno va a hacer,
ni siquiera es importante lo que los misioneros hacen durante toda su vida en
aquellos lugares, no es la ayuda material lo que aquellas personas necesitan,
aunque esta sea muy importante. Lo
realmente indispensable es lo que a uno
le motiva a ir, la experiencia que cada uno de nosotros tenemos del amor con
que Dios nos ama y que necesitamos testimoniar y difundir, este tesoro que
llevamos en vasijas de barro.
El simple hecho de ir a compartir
con ellos unos días hace que estas personas se cuestionen que son lo
suficientemente importantes, dignas y queridas por Dios como para que alguien
que vive a miles de kilómetros vaya a pasar un tiempo con ellos y a compartir
su vida y su tiempo.
El Papa Francisco en la bula que
ha escrito “MisericordiaeVultus”, nos invita a tener un corazón misericordioso
como el de nuestro Padre Dios. En
particular nos interpela para que abramos el corazón a cuantos viven en las más
contradictorias periferias existenciales… A abrir nuestros ojos para mirar las
miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos privados de dignidad para
que nuestras manos estrechen sus manos,
y a acercarlos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia,
de nuestra amistad y fraternidad para que su grito sea el nuestro y juntos
podamos romper la barrera de la indiferencia, que suele reinar campante para
esconder la hipocresía y el egoísmo.
Este verano he estado con niños y
niñas en una escuela de Bangladesh, además de con los adultos y familias que
están alrededor de la escuela que unos misioneros javerianos tienen en aquel
país. Les hemos llevado algunas cosas, hemos tratado de aliviar un poquito
tantas necesidades materiales cómo tienen, pero no ha sido
eso lo que tanto ellos como nosotros hemos apreciado más. Puedes dar a un pobre
un mendrugo de pan, pero como no le ames y le aprecies como hermano, le puedes
humillar más, le harás sentir que es sólo eso, un pobre.
Ha sido el hecho de compartir ,lo que nos ha
unido, de experimentar juntos que tenemos un Padre bueno que cuida de cada uno
de nosotros, de que nosotros nos podemos amar como El nos ama y de que somos
hermanos. Sin lugar a dudas, todos hemos salido ganando.
Sé que allá a miles de kilómetros
tengo personas que se acuerdan de mí y que me llevan en su corazón, al igual
que yo las llevo en el mío y me acuerdo de ellos, y pido al Señor que cuide de
ellos y los proteja, porque son hermanos míos, porque “su grito es ya el mío”,
han pasado a formar ya parte de mi vida.