Emotivo escrito de nuestro delegado, Arturo, a las siervas fallecidas del Hogar de la Madre
“Morir al lado de mi
amor”
Cuando yo era niño, mi madre
ponía de vez en cuando una cinta de música en que el cantante cantaba, entre
otras, una canción titulada “Morir al lado de mi amor”, en la que el autor se
imaginaba el momento de su muerte, acompañado de la mirada de su esposa. Así
deseaba morir: con ella mirándolo; y mirándola.
Quieren ser estas palabras un
agradecimiento sincero a la hermana Clare, Sierva del Hogar de la Madre, y a
las cinco postulantes fallecidas -o mejor dicho, que han “entrado en la Vida”- en la misión de Puyo, Ecuador, a
causa del reciente terremoto.
Los misioneros permanecen hasta
el final con las personas que el Señor les confía en la misión. Compadecen con
ellas, es decir, hacen suyas sus gozos y esperanzas, sus sufrimientos y
tristezas, hasta las más profundas. Compadecer es mucho más que compartir: es
algo que se hace entraña de sus entrañas.
La hermana Clare murió como había
vivido: esposa enamorada de Jesucristo, entregada en cuerpo y alma a todas las
personas que el Señor le iba confiando, en especial a sus pequeños y queridos
amigos: los niños, e irradiando la alegría de su Esposo.
Ella se durmió en el Señor. El
esposo la arrebató para sí como ladrón en la noche. Jesús tomó a la que, por la
profesión religiosa, se entregó totalmente a Él como esposa. Se la llevó con
cinco hermanas suyas tan queridas, en racimo, y con tantos otros “humildes y
pequeños hermanos” del Señor.
Por eso estoy cierto que la
hermana Clare nos estará cantando con melodía del cielo, algo así como aquella
canción que ponía mi madre: “Morir al lado de mi amor”.
Arturo J. Otero
Delegado de Misiones de Alcalá