miércoles, 19 de octubre de 2016

Entrevista a Pilar Ladrón

Los misioneros también son frágiles, sufren, les duele la injusticia que ven y también sienten la incomprensión de muchos

Pilar Ladrón colabora con la Delegación de Misiones de Alcalá. Tras unos años yendo a Perú en experiencias cortas de misión, dejó por un año su trabajo como profesora en la Facultad de Derecho de la Universidad de Alcalá para ir a apoyar en el Hogar Monseñor Oscar Romero, en Trujillo (Perú).

Pilar, estás recién llegada. Bienvenida de vuelta a Alcalá

 ¿Cómo estás llevando la vuelta después de un año en tierras peruanas?
Pues lo cierto es que cuesta bastante retomar el ritmo de por aquí, aunque es solo una cuestión de tiempo. Quizá lo más curioso es que, aunque ésta sea tu realidad, la ves con una cierta distancia. Sin comparaciones, porque eso no tiene sentido, pero sí que la observas con otra perspectiva.

Vayamos ahora hacia atrás

¿Cómo y cuando surge tu inquietud misionera?
Pues no lo sé, supongo que es algo que siempre estuvo ahí aunque no lo supiera identificar. Desde siempre me llamó la atención el coraje y valentía de quien sale sin saber lo que va a encontrar en el camino, pero con fortaleza y seguridad para compartir la vida y el destino de otros, tan difícil y tan distinto del que podría haber sido el suyo propio.  Y todo, por su compromiso de fe.

Y tu primera salida “misionera”, ¿Cómo se produce?
Durante el año 2008 seguí unas actividades de formación de voluntariado para países en desarrollo con la ONG marista SED, pero por varias circunstancias no pude ir a sus campos de trabajo. Y aunque mis planes apuntaban a otros rumbos, terminé yendo a Perú en verano acompañando a una amiga, sin tener nada claro dónde iba ni a hacer qué, la verdad. Creo que en esa ocasión mi idea era más de aventura y solidaridad que propiamente misionera.

Háblanos de esa primera experiencia
No sabría decir…..fue de observar mucho, de aprender mucho más; de asombro ante la capacidad de superación de gente sencilla y ante la entrega sin condiciones de los misioneros. Sus corazones abiertos para acoger y acompañar, sin juzgar, a quienes  viven unas realidades tan inimaginables para nosotros, no te dejan indiferente.
Ahí fue cuando empezó el cambio; al regresar, cuando vas asimilando lo que has vivido y sentido, empiezan a surgir preguntas para las que tienes que buscar respuesta. Y buscando, buscando, hice un Cursillo de Cristiandad en nuestra Diócesis, y poco a poco fueron encajando las piezas de todo el rompecabezas.

Hablas de entrega sin condiciones, ¿Qué otras cualidades destacarías en los misioneros?
Una inmensa humanidad y una mirada que no se queda en lo inmediato, sino que es capaz de ver más allá. Que a la vez, dedican su esfuerzo a pequeñas cosas a las que en nuestra sociedad despreciaríamos o no daríamos ningún valor, pero que tan grandes e importantes son para los pueblos y las gentes a los que han sido enviados.
Y que como humanos, también son frágiles, sufren, les duele la injusticia que ven, y también sienten la incomprensión de muchos. Pero buscan y encuentran fuerza y sosiego en la oración, en la comunidad, en el compartir lo poco o lo mucho que haya.  Y por si fuera poco, siempre con una sonrisa, con la alegría de la sencillez y disfrutando cada momento.

Háblanos del Hogar Oscar Romero ¿Cómo surge su creación? ¿Cuáles son sus objetivos y características? ¿Cómo se financia?
Surgió a partir de la iniciativa de dos sacerdotes, español y peruano, que conocían bien la realidad de la infancia en ese país. Con la ayuda de donativos particulares y el esfuerzo de voluntarios, poco a poco se pudo ir construyendo una casa donde pudieran ser acogidos niños y niñas que vinieran de entornos de riesgo y pobreza.
Acogemos a niños víctimas de abusos, maltrato, explotación, abandono, e incluso que desde bebés han estado en prisión junto a sus madres... han vivido historias durísimas, y allí se trata de que puedan recuperar su infancia, de que vivan con esperanza y alegría.  Tratamos de que cierren sus heridas no solo las físicas, sino sobre todo las del corazón. En un ambiente de hogar, de familia, estable y seguro.
El hogar es como un oasis, pero no una burbuja: nuestro compromiso es ayudar a que puedan ser jóvenes y adultos que salgan adelante, ellos y sus familias, con valores, respeto e ilusión por el futuro. Es así como poco a poco puede ir cambiando una sociedad.

¿Cuáles son las mayores dificultades, tanto materiales como humanas, con las que uno se enfrenta a diario?
Cada día viene cargado de sus propias dificultades y retos. Pero también de sus propias alegrías. Creo que lo peor es cuando se tiene la sensación de estar dando cabezazos a la pared, cuando sientes impotencia porque parece que nada va a cambiar. Pero entonces, siempre surge una pequeña cosa que le da un vuelco a todo: una sonrisa, alguien del barrio que llama a la puerta para compartir un poco de fruta, arroz o pescado, o estar en el oratorio buscando un ratito de silencio y que se cuele un niño a sentarse a tu lado solo por ver qué haces o acompañarte un poquito… eso te cambia el día.

Aunque físicamente estés aquí, rápidamente se percibe que has dejado el corazón en Trujillo
¿Has visto cumplido el objetivo inicial de pasar un año en la misión?

¿Objetivo? Pues no tenía ninguno: vivir ese tiempo plenamente, sin objetivos ni proyectos, estando abierta a lo que cada día trajera. Y he sido muy feliz.

Pilar, sabes que el lema de este año del Domund es “Sal de tu Tierra” ¿Qué frase le añadirías para realzar el sentido de la expresión?
Empieza a caminar…te esperan


Muchísimas gracias, Pilar y que Dios bendiga tu labor