"No es sencillo contar una experiencia transmitiendo el poso que deja en el corazón", así comienza Pilar su testimonio como voluntaria misionera en Perú.
Mi experiencia misionera en Perú
No es sencillo contar una
experiencia transmitiendo el poso que deja en el corazón. Son encuentros,
imágenes, sensaciones, aprendizaje, que aunque fueran las mismas, no serían
iguales para dos personas que las hubieran vivido juntas.
Hace casi siete años tuve la
ocasión de vivir una primera experiencia
de voluntariado misionero: ver, aprender, y guardar en el corazón. Tras esta vinieron otras, cada una
diferente, con vivencias sencillas, que poco a poco me han ido transformando.
En los primeros viajes predomina
el asombro y el sentimiento. Asombro por tantas y tantas cosas que van saliendo
al paso y sentimientos que van desde la indignación por la falta de justicia al dolor de la impotencia. Recuerdos también
llenos de ternura y de risas, que se alternan con lágrimas y con preguntas a
las que todavía no he encontrado respuesta.
Después uno se reconoce mirando
más allá, detrás de la imagen, interiorizando esas sensaciones, dejando de
juzgar y de pretender dar lecciones extrañas para quienes viven en esa
realidad, y aprendiendo a aceptar con humildad que son ellos quienes te acogen
y te abren los brazos, y tú, sintiéndolos ya tuyos, solo puedes caminar a su
lado.
Al lado de misioneros que
comparten sus vidas por puro amor y entrega. Anunciando a Cristo, real,
cercano y vivo también en esas
circunstancias.
Una de las cosas que más me llaman la atención es la mirada inquieta y a la vez serena del misionero. Inquietud por todo el trabajo por hacer, y una profunda serenidad por la certeza de que sus esfuerzos no cambiarán el mundo, pero contribuirán a que las vidas de que algunas personas sean distintas, tengan esperanza y sepan que no están solas. Sabiéndose meros instrumentos del Señor, mensajeros de paz y de vida.
Ver la sencillez y cercanía de
quienes dejaron todo atrás para entregarse a quienes no conocían, a ser
presencia en las condiciones y circunstancias más adversas, a sembrar esperanza
sin contar con llegar a conocer un día los frutos de su esfuerzo, es algo que me
ha dejado un poso indeleble en el corazón.
Sus rostros curtidos, señalados
con tantas y tantas vidas compartidas, sin ser nunca los protagonistas de su
historia, nos dan una auténtica lección de vida que no debemos perdernos.
Por eso, no nos debemos cansar de
rezar y trabajar por nuestros misioneros,
que llegan y se quedan donde los demás no llegarán ni se quedarán. De no ser
por ellos, enviados de nuestras Diócesis,
movimientos eclesiales y congregaciones, muchos hermanos no oirían hablar nunca
de Dios y de su misericordia, de la
alegría de la Buena Noticia.
Y desde aquí, desde Alcalá,
también podemos trabajar por ellos, siendo todos uno. ¡Qué importante es que
sientan nuestro apoyo espiritual y también material cuando se agotan las
fuerzas, cuando llega la enfermedad, cuando pesa la soledad! Cada uno desde nuestro estado, condición de
vida y circunstancias, también podemos vivir el espíritu misionero.
Pilar Ladrón Tabuenca