"Tengo la intención de repetir el próximo año y siento que me he acercado un poquito más a Dios". M. Jesús escribía estas bonitas palabras a la vuelta de su #VeranoMisión
DE MISIONES EN REPÚBLICA DOMINICANA
Es difícil escribir un testimonio
cuando no te salen las palabras o aún no tienes la ideas ordenadas para
poderlas plasmar en el papel. Aunque comenzaré por el principio. Soy María
Jesús, tengo 30 años y pertenezco a la diócesis de Alcalá de Henares.
Desde hace años tenía ganas de
conocer otra realidad y poder ayudar a otras personas; esas fueron las dos
motivaciones que me llevaron a embarcarme en esta aventura. Además de que
suponía, y resultó ser verdad, que me ayudaría en mi crecimiento personal.
Bien es cierto que para mí no era
indispensable que fuera una experiencia misionera, pero sin casi darme cuenta y
sin tenerlo planificado de antemano, acabé subiendo a un avión rumbo a
Pedernales, una región muy pobre de República
Dominicana en la frontera con Haití. Se trata de una frontera abierta, por lo que
es un punto de encuentro entre ambas culturas. El grupo lo formábamos unos 20 misioneros de
edades muy dispares, entre los que se encontraban dos sacerdotes y dos seminaristas,
pertenecientes casi en su totalidad a la diócesis de Madrid. Concretamente, fui
con la parroquia de San Germán (Madrid),
la cual lleva 9 años desplazándose durante todo agosto a Pedernales para
proclamar la palabra del Señor y acompañar
a la gente de allí.
Puesto que mi motivación para ir
no era la de vivir un encuentro con Dios y ni siquiera proclamar su palabra, los
responsables hicieron mucho hincapié en que no era un voluntariado ni un campo
de trabajo; que esto era otra cosa. Y, efectivamente, lo pude comprobar allí.
Yo quería ayudar, ayudar y ayudar, pero muchas veces te sientes impotente
porque no puedes hacer nada. No puedes arreglar el mundo en un mes ni eres un
superhéroe. Lo que más valoran allí es simplemente la compañía, estar junto a
cada una de las personas con la que nos encontrábamos. Que una persona deje su
país y sus comodidades para cruzar el charco y esté sentado a su lado en una
piedra en lo más recóndito de la montaña era, sin duda, lo que más apreciaban.
Los misioneros participábamos en la labor pastoral y
humanitaria que lleva a cabo la parroquia de la Altagracia, tanto en Pedernales
como en las lomas (pequeñas aldeas de chabolas en las montañas, sin agua ni luz
en su mayoría). Algunas de las cosas que hicimos fueron realizar censos de
población y así aprovechar para visitar las casas y conocer las necesidades
particulares de cada persona; visitar la cárcel para compartir con ellos la fe;
proclamar la Palabra de Dios en la radio; ayudar en un dispensario médico y
visitar las escuelas; participar en la animación mediante conciertos, musicales
y encuentros con los jóvenes de la localidad, haciendo con ellos una
convivencia; organizar un campamento para niños; contribuir en la dotación de
recursos para su labor pastoral en la parroquia: oraciones y catequesis previos
a recibir los sacramentos; ayudar en el centro nutricional, misas en las
diferentes lomas y en la localidad de Ans-a-Pitre, en Haití… Es fácil enumerar todo lo que
hacíamos, pero lo que resulta difícil es explicar
lo que sentía cuando hacía todas esas cosas. Lo mismo me ocurre ahora,
al recordar a cada una de las personas y
las situaciones que vivimos. Sus caras, sus lágrimas, sus sonrisas, sus
plegarias, su actitud ante la vida, sus condiciones de vida… Ha pasado un mes
desde mi regreso y aún no soy capaz de contar mi testimonio. De hecho, lo evito
porque no quiero ofrecer de cualquier manera algo tan grande.
Desde aquí animo a vivir una
experiencia misionera a todos aquellos jóvenes y no tan jóvenes de nuestra
diócesis, porque es algo realmente grande. De verdad, fuera miedos, porque yo
iba con muchas dudas antes de partir: echar de menos a las personas que aquí
dejaba, las comidas, los bichos, no descansar en mi periodo de vacaciones, no
saber hacerlo bien, miedo a enfermar, el ritmo de oración (puesto a que, al no estar acostumbrada, se me podía
hacer pesado), no encajar en el grupo… Pero todo eso eran miedos infundados,
porque os aseguro que la experiencia fue maravillosa.
Tengo la intención de repetir el próximo
año y siento que me he acercado un poquito más a Dios. Así que, ¡¡ÁNIMO!!