miércoles, 25 de febrero de 2015

TESTIMONIO DE MARÍA JESÚS EN REPÚBLICA DOMINICANA


"Tengo la intención de repetir el próximo año y siento que me he acercado un poquito más a Dios". M. Jesús escribía estas bonitas palabras a la vuelta de su #VeranoMisión



DE MISIONES EN REPÚBLICA DOMINICANA

Es difícil escribir un testimonio cuando no te salen las palabras o aún no tienes la ideas ordenadas para poderlas plasmar en el papel. Aunque comenzaré por el principio. Soy María Jesús, tengo 30 años y pertenezco a la diócesis de Alcalá de Henares.
Desde hace años tenía ganas de conocer otra realidad y poder ayudar a otras personas; esas fueron las dos motivaciones que me llevaron a embarcarme en esta aventura. Además de que suponía, y resultó ser verdad, que me ayudaría en mi crecimiento personal.
Bien es cierto que para mí no era indispensable que fuera una experiencia misionera, pero sin casi darme cuenta y sin tenerlo planificado de antemano, acabé subiendo a un avión rumbo a Pedernales,  una región muy pobre de República Dominicana en la frontera con Haití. Se trata de una frontera abierta, por lo que es un punto de encuentro entre ambas culturas.  El grupo lo formábamos unos 20 misioneros de edades muy dispares, entre los que se encontraban dos sacerdotes y dos seminaristas, pertenecientes casi en su totalidad a la diócesis de Madrid. Concretamente, fui con la parroquia de San Germán  (Madrid), la cual lleva 9 años desplazándose durante todo agosto a Pedernales para proclamar la palabra del Señor y acompañar  a la gente de allí.
Puesto que mi motivación para ir no era la de vivir un encuentro con Dios y ni siquiera proclamar su palabra, los responsables hicieron mucho hincapié en que no era un voluntariado ni un campo de trabajo; que esto era otra cosa. Y, efectivamente, lo pude comprobar allí. Yo quería ayudar, ayudar y ayudar, pero muchas veces te sientes impotente porque no puedes hacer nada. No puedes arreglar el mundo en un mes ni eres un superhéroe. Lo que más valoran allí es simplemente la compañía, estar junto a cada una de las personas con la que nos encontrábamos. Que una persona deje su país y sus comodidades para cruzar el charco y esté sentado a su lado en una piedra en lo más recóndito de la montaña era, sin duda, lo que más apreciaban.
Los misioneros  participábamos en la labor pastoral y humanitaria que lleva a cabo la parroquia de la Altagracia, tanto en Pedernales como en las lomas (pequeñas aldeas de chabolas en las montañas, sin agua ni luz en su mayoría). Algunas de las cosas que hicimos fueron realizar censos de población y así aprovechar para visitar las casas y conocer las necesidades particulares de cada persona; visitar la cárcel para compartir con ellos la fe; proclamar la Palabra de Dios en la radio; ayudar en un dispensario médico y visitar las escuelas; participar en la animación mediante conciertos, musicales y encuentros con los jóvenes de la localidad, haciendo con ellos una convivencia; organizar un campamento para niños; contribuir en la dotación de recursos para su labor pastoral en la parroquia: oraciones y catequesis previos a recibir los sacramentos; ayudar en el centro nutricional, misas en las diferentes lomas y en la localidad de Ans-a-Pitre, en Haití… Es fácil enumerar todo lo que hacíamos, pero lo que resulta difícil es explicar lo que sentía cuando hacía todas esas cosas. Lo mismo me ocurre ahora, al recordar a cada una de las personas  y las situaciones que vivimos. Sus caras, sus lágrimas, sus sonrisas, sus plegarias, su actitud ante la vida, sus condiciones de vida… Ha pasado un mes desde mi regreso y aún no soy capaz de contar mi testimonio. De hecho, lo evito porque no quiero ofrecer de cualquier manera algo tan grande.
Desde aquí animo a vivir una experiencia misionera a todos aquellos jóvenes y no tan jóvenes de nuestra diócesis, porque es algo realmente grande. De verdad, fuera miedos, porque yo iba con muchas dudas antes de partir: echar de menos a las personas que aquí dejaba, las comidas, los bichos, no descansar en mi periodo de vacaciones, no saber hacerlo bien, miedo a enfermar, el ritmo de oración (puesto  a que, al no estar acostumbrada, se me podía hacer pesado), no encajar en el grupo… Pero todo eso eran miedos infundados, porque os aseguro que la experiencia fue maravillosa.
Tengo la intención de repetir el próximo año y siento que me he acercado un poquito más a Dios. Así que, ¡¡ÁNIMO!!

María Jesús Malavia Martínez