viernes, 2 de octubre de 2015

CAMPEONES DE LA MISERICORDIA

Misioneros de la misericordia. En el ADN de los misioneros, no podía ser de otro modo, está escrito el dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos o enterrar a los muertos... Son los “Misioneros de la misericordia”.


Con la crisis de los refugiados poniendo en evidencia las vergüenzas de la que se suponía acogedora Europa, se nos presenta el DOMUND de este año, que se celebra el día 18 de  octubre. Y lo hace con un lema en torno a dos palabras inseparables: “Misioneros de la misericordia”. Dos términos que resulta imposible concebir por separado, porque no hay misión sin misericordia ni misionero que pretenda serlo sin que la ponga en práctica en su labor de anunciar y dar testimonio del mensaje de justicia, libertad y amor de Jesús. Dos palabras, además, que, sin saber de la actualidad que les esperaba cuando viesen la luz, tanto bien harían para aliviar la mayoría de los males, por no decir todos, que padece la humanidad y, por supuesto, también el de la amarga realidad que hoy padecen en el Viejo Continente quienes huyen y arriesgan la vida con la única intención de salvarla.

No es extraño que el papa Francisco, como si del mismísimo mundo soñado por Martin Luther King se tratara, se sienta necesitado de exclamar: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!”. Y lo pide como un clamor, porque es consciente de que en nuestras sociedades secularizadas no solo se quiere prescindir de Cristo, sino también de su mensaje, hasta de esa parte de humanismo cristiano que inspiró la Declaración de los Derechos Humanos.

Como ha denunciado el Santo Padre, cada vez más gente cae “en la terrible trampa de pensar que la vida depende del dinero, y que ante él todo lo demás se vuelve carente de valor y dignidad”; cada vez caemos más “en la indiferencia que humilla”, “en el cinismo que destruye”. La violencia, la persecución, los abusos, la injusticia... se viven con una habitualidad que nos anestesia. La conciencia de nuestras sociedades se revuelve con menos frecuencia cuando observa cómo se obliga a retroceder a quienes huyen en condiciones inhumanas y buscan un futuro mejor, o cuando se muere por hambre o enfermedad lejos de nuestras fronteras; y, por no percibir, ya no vemos ni la violencia ni el pecado que reside en esa brecha que se incrementa como un abismo entre “quien desperdicia lo superfluo y quien carece de lo necesario”.


Ante esta realidad, la figura de esas personas de talla excepcional que son nuestros misioneros y misioneras se impone y se hace más necesaria que nunca, porque ellos y ellas son auténticos campeones de la misericordia, como lo ha querido hacer saber a todo el mundo nuestro DOMUND. Estos hombres y mujeres lo han dejado todo para dar testimonio de cómo Dios ama gratuitamente, sin pedir nada a cambio. Ellos no solo tienen los ojos bien abiertos ante las miserias del mundo; además prestan sus voces para que la denuncia suene como un clamor en medio de la indiferencia de los pueblos enriquecidos. No solo curan las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad; también se ponen de rodillas para servirles y ayudarles a ponerse en pie. En su ADN, no podía ser de otro modo, está escrito el dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos o enterrar a los muertos... Son los “Misioneros de la misericordia”.


Alfonso Blas
Director de la Revista Misioneros