miércoles, 25 de abril de 2018

TESTIMONIO MISIONERO DESDE ECUADOR

"Un gran regalo" es como titula la hermana Paqui el testimonio que nos hace llegar desde Chone (Ecuador)

 En la comunidad de Chone, Ecuador, una de las labores que tenemos encomendadas es llevar la comunión a los enfermos. Yo he pasado unos días por esa comunidad, y el Señor me tenía reservado un “gran regalo”.
El domingo, después de la misa había que ir a llevar la comunión. La hna que debía hacerlo estaba enferma así que se me pidió a mí sustituirla. Ya esto es un regalo, porque a mí es una de las cosas que más me gustan de las que hacemos. Me parece un privilegio poder ser el instrumento a través del cual el Señor llega a un alma, pero cuál no sería mi sorpresa cuando veo que nos dirigimos a casa del Sr Juan. ¿Quién es el Sr. Juan?

Me remonto  4 años atrás. Yo fui destinada a la comunidad de Chone y en esa primera semana nos pidieron preparar para el bautismo a un joven de 25 años que estaba muriendo de sida y pedía bautizarse. El día del bautizo, al salir de la casa, una vecina se asomó a la puerta y nos pidió que pasásemos a visitar también a su suegro que estaba delicado de salud. La visita no fue agradable precisamente. El Sr. Juan nos recibió con mala cara y con palabras que no disimulaban su disgusto por nuestra presencia allí. Era un hombre que había llevado una vida muy mala, especialmente metido en la impureza. Se jactaba de haber tenido 99 mujeres y a sus 85 años y enfermo era ese el tema que ocupaba su mente y conversaciones.

Cuando salimos de la casa teníamos el deseo de no volver más, pero la impresión de que debíamos ir con frecuencia. Nos parecía evidente que era un alma que nos encomendaba el Señor.
Pasó el tiempo y era puntual nuestra visita semanal a esa casa. Durante las primeras semanas se repetía siempre la misma escena y salíamos con la misma sensación, deseos de no volver y certeza de tener que seguir haciéndolo
En una de las visitas, el Sr. Juan comenzó a decirnos obscenidades. Esto ya fue el colmo! Enfadadas le dijimos: “!Basta ya! Nosotras no tenemos por qué aguantar que ud nos diga esas groserías, ahora mismo se calla y comenzamos a rezar!” Él dijo que no quería rezar, así que le contestamos: “Entonces escuche, no responda si no quiere pero cállese mientras nosotras rezamos. Y no vuelva a faltarnos el respeto de esa manera.”

Lo que podría haber sido nuestra última visita, se convirtió en el comienzo del cambio Sr. Juan. Las semanas sucesivas, cuando llegábamos rezábamos el rosario de la Divina Misericordia. El solo escuchaba, hasta que una de las veces, llenas de alegría, nos dimos cuenta de que había comenzado a contestar a las oraciones. ¡Qué alegría!, El Señor comenzaba a penetrar en su corazón.
Si alguna semana faltábamos por alguna circunstancia, cuando volvíamos a su casa nos recibía con gran alegría y preocupado por si estábamos molestas por algo que había hecho.

Fue pasando el tiempo y le propusimos la confesión. Ante una primera negativa, con la insistencia “a tiempo y a destiempo”, finalmente decidió confesarse después de muchísimos, muchísimos años.
A partir de ahí comenzó una catequesis para recibir su primera comunión. El Sr. Sr. Juan, recibió por primera vez al Señor estando yo en España.

Ahora, al mes de llegar aquí, el Señor me hace el regalo de volver a esa casa. Esta vez encuentro al Sr. Juan en cama, “echo un saquito de huesos” sin poder casi responder a las oraciones, pero me doy cuenta de que sigue con atención cada una de las palabras y veo su deseo de recibir al Señor. Me conmovía ver su mirada en el momento de decirle: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Verdaderamente es el Cordero de Dios, es el mismo Corazón de Dios, tan enamorado de este alma, que no reparó en nada hasta que la ha recuperado.
¡Qué bueno es Dios! ¡Qué bueno es Dios! Solo me viene eso al corazón cuando el Señor me permite ser testigo de su gran misericordia. La misericordia que ha tenido con el Sr. Juan, la misericordia que ha tenido y tiene conmigo, la misericordia que tiene con cada alma.

Que esperanza comprobar como el Señor espera “su momento” con cada uno de nosotros. No podemos dar a nadie por perdido, aunque pensemos que es imposible que el Señor toque ese corazón. Durante el tiempo que esté aquí no podemos desconfiar de la misericordia y del poder del Señor, pero seamos instrumentos de los que Él se pueda servir para llegar a ellas.

Hermana Paqui
Sierva del Hogar de la Madre