martes, 8 de octubre de 2019

TESTIMONIO DE EXPERIENCIA MISIONERA DE IRENE


Irene viajó este verano a Perú para tener una experiencia corta de Misión y nos dice que "Ha aprendido a tener una mirada paralela con el otro, igualitaria, porque nadie es más que nadie." Sabias palabras las suyas. Conozcamos más detalles de su experiencia misionera 


Después de varios voluntariados en mi país, hubo un momento en mi vida en el cual me planteé la idea de irme fuera de España a realizar uno, a un lugar donde existiese la pobreza y donde yo pudiese hacer falta y así fue de un día para otro, conocí a las misioneras en mi facultad y tuve “la suerte” y la posibilidad de poder tener el billete de avión para aterrizar en San Juan de Lurigancho (Perú).
Aquel lugar tan peculiar y que tan significante ha sido en mi vida. No hubo un día que no aprendiese algo de allí, que no dejase de ver situaciones nuevas, impactantes e incomprensibles para mí. Desde los niños desamparados, escasos de comida, con carencias de muchos tipos: cariño, cuidado y atención, hasta el niño que regalaba su bolsa de chucherías a otro ya que éste no tenía.
En el hospital conocí también a niños inmóviles en sus camas enfermos. Almendra, así se llama una niña que apenas podía moverse, sin familia sin unos tutores que pudiesen ocuparse de ella y que aún así solo buscaba jugar y compartir tiempo contigo. Yo me cuestionaba una y otra vez la fatalidad de la situación de esta niña, pero ella y su inocencia solo te regalaban sonrisas.

En el comedor donde ayudábamos a dar comida a los necesitados. Vi gente tan agradecida, tan educada, tan humilde, tan avergonzada, respetuosa y reservada. Muchos no mantenían una mínima palabra contigo, pero sus miradas lo decían todo, aquellas miradas tan perdidas, tristes y desesperadas que pedían ayuda y consuelo. Aquellas miradas me tocaban demasiado el corazón.
Aquella familia de 4 miembros que conocimos y a la cual solo podías entregar un plato de comida, ya que no llegaba para los demás.  Los niños a los que visitaba, los cuales en mi país podrían tener unas condiciones y un desarrollo mucho mejor al que tenían allí.  Me impactó conocer un niño autista con dos tumores cerebrales que su padre no tenía la plata para poder operarle en Cuba o EEUU, ese padre que a la vez era madre.  Este niño no podía hablar ni siquiera ponerse de pie, pero, su mirada me transmitió tanto: ¡tanta impotencia, tantas ganas de poder ayudarle y que tuviese la vida que todo ser humano merece!

Una tarde de domingo, nos fuimos Cerro arriba, a visitar una familia, con varios hijos y una casa con cuatro paredes de madera sucia y desaliñada, sin ningún tipo de recursos económicos, ni tampoco psicológicos, aquello no cubría ni las mínimas necesidades que una persona necesita. Pero una vez más, los niños ¡tan vivos!, tan inocentes de vivir ahí y de tener que vivir esa situación. Yo me preguntaba continuamente por qué y por qué. 
Y aquella familia que solo pedía una sencilla prueba para saber si tenían o no tuberculosis y así quitar la angustia con la que vivían, que solo pedían un mínimo ingreso económico para poder sacar adelante a sus cinco hijos.

El encuentro con un chico venezolano con una carrera profesional, me marco. Su único ingreso económico era vender caramelos en los autobuses y a pesar de ello, él nos los regalaba porque quería que fuese un detalle de la gente de Venezuela.

Y tantas experiencias en el día a día, tanto que asimilar y reflexionar detenidamente que no hay día que no piense en Perú y en todo lo que me ha aportado.

Perú me ha mostrado mucho, allí bastante población sobrevive no vive. La pobreza material, el atraso a nivel profesional o en las instituciones sociales en las que hacíamos el voluntariado, con medios y recursos muy sencillos en comparación con otros países.
 Pienso en la falta de empatía de parte del poder y gobierno hacía la gente de su propio pueblo. ¿Cómo es posible? Pienso en la injusticia de este mundo, en nuestra capacidad para mirar para otro lado como si no pasara nada y todo estuviera bien.
Pero también he visto corazones vivos en Perú. Su gente es gente humana, gente sencilla y amable, gente agradecida con lo poco que tienen, gente educada, con mucha capacidad de resiliencia, con un sentido de comunidad muy grande; su sensibilidad, su bondad, su caridad, su amor y su afabilidad. Todos los que estuvimos allí, observamos la riqueza material de la que carecen y la riqueza moral y valores de la que gozan.

Y entonces me di cuenta de lo que hay fuera de nuestra burbuja europea y occidental. Esto pasa cuando tocas la realidad o por lo menos te asomas, te haces consciente de lo mucho que tenemos y lo poco que lo valoramos a veces.  Es pura suerte y casualidad el que te haya tocado vivir en unas condiciones de vida y no en otras. He aprendido a tener una mirada paralela con el otro, igualitaria, porque nadie es más que nadie.  El valor de la vida de un pobre mendigo anciano pidiendo dinero para poder comer en su día a día, es el mismo que el que vive en el completo lujo, nadie tiene menos derechos que nadie, porque todo el que viene a este mundo tiene el derecho a una vida justa y en condiciones.
He aprendido, que debemos mirar al otro y ponernos en su piel, pienso que “hay mucha humanidad en paro”, es decir: muchos corazones que necesitan estar más vivos y cambiar este mundo a mejor, porque solo hay una raza: la humana. Aunque es verdad que nos separan fronteras, culturas, lenguas e ideas, creo que, hay algo que nos une a todos y es el lenguaje del amor. ‘’Porque mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo’’.