Bea Fra es una joven enfermera de la Diócesis de Alcalá de Henares. Reconoce que las tres experiencias misioneras que vivió en Ecuador le han cambiado la vida, han puesto a Dios en el centro y han transformado su vida «en una Misión».
El Señor me ha concedido un
regalo inmenso al permitirme participar durante tres años consecutivos en viajes
misioneros a Ecuador con el Hogar de la Madre. Para mí la misión ha supuesto un cambio en mi vida. El Señor se
sirve de tu pequeña ayuda y de tu mínimo esfuerzo para enseñarte, para hablarte
y para demostrarte el Amor que te tiene. Irte de Misión, salir de tu zona de
confort, de tu vanidad, tu egoísmo y permitir que sea el Señor el que dirija tu
vida, ofreciéndole todo a Él, es sin duda la mejor manera de vivir una vida en
plenitud.
En cada viaje que hice, pasamos
un poco más de veinte días visitando familias apadrinadas, dando clase en los
colegios, ayudando a construir casas, iglesias, colegios, organizando
encuentros y convivencias con jóvenes, dando catequesis, haciendo visitas
sanitarias a familias, etc. Además, he tenido la suerte de poder visitar dos
comunidades indígenas en la selva de Ecuador y convivir con ellos durante cinco
días.
La vida que no se entrega se pudre. En Ecuador pude darme cuenta de que
mi vida se estaba pudriendo, que tenía el corazón encadenado por muchas cosas
superficiales que hacían que me sintiera vacía. Mi vida giraba en torno a mí
misma, por eso cuando allí empecé a servir a los demás, a ponerme en
disposición de hacer lo que Dios quisiera en cada momento, experimenté que mi
corazón, poco a poco, se hacía más libre.
Dar testimonio del amor de Señor
me ayudó a darme cuenta del gran tesoro que es la fe. Fue un despertar para
comenzar a vivir una vida según su Voluntad, que es la única forma de ser
feliz. Comencé a entender que debía
ordenar mi vida en Dios, dar el 100% en el amor y ponerle a Él en el centro.
Dios no se deja ganar en
generosidad nunca. Si tú le dejas hacer, si vives tu vocación de ser misionero
permitiendo que Él te lleve a donde quiera y hacer solo lo que Él quiera,
experimentarás una alegría y una paz incomparables y, sobre todo, estarás
respondiendo a tu llamada, como bautizado que eres, para ser misionero.
Por eso, animo a todos a tener una experiencia misionera y, por
supuesto a hacer de su vida una Misión, a abandonarse del todo en Dios y
dejarse hacer por Él.