El P. Francisco Rodríguez González es sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares, director de la Escuela Diocesana de Evangelización y director espiritual del Seminario Mayor Diocesano de la Inmaculada y los Santos Justo y Pastor. Realizó la experiencia misionera que comenta en este testimonio del 9 al 31 de agosto de 2021, en Ecuador.
El pasado 9 de agosto de 2021, tuve la gracia de viajar a Ecuador para colaborar con las misiones que organiza el Hogar de la Madre en algunos lugares. Por motivos de la pandemia de COVID-19, este año se suspendieron los diferentes viajes misioneros que organizan para chicos y chicas de distintos países, normalmente durante el mes de agosto de cada año. La misión de este año quedó reducida a un grupo de jóvenes que, finalmente, decidieron seguir adelante con el viaje por su cuenta: tres procedentes de España y algunos residentes en el mismo Ecuador.
Nada
más llegar el lunes 9 de agosto a Guayaquil, un Siervo del Hogar de la Madre y
yo, junto con algunos jóvenes, emprendimos el viaje misionero hacia Barraganete,
provincia de Manabí. La misión en esta primera semana iba a consistir en apoyar
al párroco de Barraganete, un religioso de la India llamado P. Joshi, con
catequesis para padres y jóvenes de Primera Comunión y Confirmación en el mismo
pueblo. Al mismo tiempo, evangelizaríamos algunas de las sesenta comunidades
que atiende este sacerdote en diferentes lugares y que solo puede visitar cada
mucho tiempo.
Nos
dividimos en dos equipos: cada uno contaba con un sacerdote y varios jóvenes. A
mí me tocó en una zona llamada Río Vendido, a más de una hora en coche de
Barraganete. El otro equipo de la misión no se quedó en un lugar fijo, sino que
fue visitando diferentes comunidades, anunciando el Evangelio y celebrando la Misa
por las casas. En Río Vendido hacía un año que no había Misa y no se disponía
aún de capilla para el culto. En esta zona no hay un pueblo o aldea como tal,
sino una serie de casas hechas de madera y repartidas por diferentes partes de
la montaña. Nos alojamos en una de estas casas en la que nos acogió una persona
muy buena que nos atendió de un modo increíble todos esos días y nos ofreció
todo lo que tenía.
En
esta primera semana de misión apenas nos dio tiempo a visitar algunas de las
casas de la zona. Nuestra misión consistió principalmente en anunciar el
kerigma por las casas, repartir rosarios y comenzar la construcción de una
capilla provisional de madera en el terreno de la futura parroquia. Por las
tardes, para la gente que íbamos convocando, comenzamos a celebrar la Santa Misa
en la calle utilizando un sencillo altar que improvisamos con la mesa de una de
las familias. Después de la Misa repartíamos rosarios y enseñamos a la gente a
rezarlo junto con algunas canciones a la Virgen. El primer día, después de la Misa,
pudimos también tener un rato de adoración con un ostensorio que había llevado.
El
último día de la misión tuvimos la alegría de poder celebrar la primera Misa en
la capilla provisional, cuya estructura de madera de nueve metros de largo por seis
de ancho pudimos al menos terminar. Dios mediante, pronto habrá bautizos y Primeras
Comuniones aquí. Esta misión sin duda te recuerda la grandeza que es el ser
sacerdote y la gracia que es poder celebrar la Misa a diario y contar con un
templo digno para el culto. Hay tantas almas sin atención pastoral por la falta
de sacerdotes. Un año sin la celebración de la Santa Misa. También fue una
gracia comprobar que los pobres son sencillos, no solo para escuchar la Palabra
de Dios, sino para ser dóciles a la misma. Uno puede imaginarse que, después de
un año sin asistir a Misa, todos querrían comulgar. Hoy en día escuchamos
tantas voces que reclaman para sí el derecho a recibir la Comunión y vemos que se
cometen verdaderos abusos contra la Eucaristía. Sin embargo, te encuentras que
los pobres saben reconocer más bien el derecho de Dios a ser recibido
dignamente y que hay que confesar los pecados graves con propósito de enmienda antes
de poder comulgar. Los que leéis todo esto podéis imaginar lo que uno puede
sentir cuando tienes que marcharte del lugar al final de esa primera semana y
te preguntan cuándo volverás.
Durante
la misión pude viajar también a otras partes de Ecuador como Río Chico, Playa
Prieta y Chone. Los fines de semana y la última semana de agosto estuve en Guayaquil
para ayudar en la parroquia de Loreto que atienden los Siervos del Hogar de la
Madre desde hace unos años. Enseguida pude apreciar la actividad ingente que se
lleva a cabo aquí. La parroquia de Loreto es una parroquia muy viva, situada en
una zona que ha mejorado con los años, pero que sigue siendo un lugar muy pobre
de Guayaquil. Varias Misas diarias con mucha participación, una liturgia muy
cuidada, muchísimos monaguillos, reuniones a todas horas: padres, jóvenes,
monaguillos, etc. Las confesiones también sorprenden mucho si las comparamos
con España. Hay muchísimas a diario. A todo esto hay que unir la visita a los
enfermos, bendición de casas, un servicio grande de Cáritas, etc. La actividad
del Hogar de la Madre no queda reducida solo a la parroquia. También se ayuda a
otras parroquias de la ciudad con confesiones, Misas, catequesis y convivencias.
Uno de estos lugares es la parroquia de la Consolata y su capilla de Montserrat,
donde pude colaborar con el párroco con las Misas y confesiones. En dicha capilla
se ha creado un comedor donde diariamente se asegura la alimentación a
bastantes niños. A través del Hogar de la Madre se ha establecido un vínculo
muy bonito entre algunas parroquias que atienden, de modo que alguna de la
parte más solvente de la ciudad ayuda con donaciones a la «misión del Fortín»
donde está el comedor de la Capilla de Montserrat. De este modo, se ayuda a sufragar
tanto los gastos del comedor, como la actual construcción de una pista de
fútbol para los niños pobres de la zona.
Pude también visitar uno de los
lugares más peligrosos y pobres de Guayaquil. Una zona conocida como el Fortín,
donde la delincuencia, los sicarios, la droga y la miseria abundan por doquier.
Con la ayuda de donaciones, el Hogar de la Madre ayuda a familias a reconstruir
sus casas hechas de caña o madera. Pude entrar en algunas de estas casas y
comprobar de primera mano la labor realmente hermosa que se está realizando. A
los pobres se les ofrece un sitio digno para vivir y, sobre todo, mucho
consuelo espiritual en situaciones dramáticas que viven muchas familias.
Solo puedo dar gracias a Dios por esta experiencia de
misión, por encontrar gente con una fe muy viva, mucha sed de Dios y mucho
abandono en la Divina Providencia. ¿Hay más dicha en dar que en recibir como
dice San Pablo? Sin duda. ¿Recibes el ciento por uno como dice el Señor?
Ciertamente.