El pasado domingo, 23 de octubre, la Iglesia celebraba la
Jornada Mundial de las Misiones bajo el lema «Seréis mis testigos», en este año
2022 en el que se han dado cita varios importantes centenarios relacionados con
el mundo misionero, entre ellos el segundo centenario de la «Obra de la
Propagación de la Fe», que puso en marcha ese movimiento de colaboración con
las misiones que hoy conocemos como el Domund.
En la Francia del siglo XIX, la Iglesia emergía de la grave
persecución de la Revolución Francesa. Durante el período napoleónico
(1804-1815), las Misiones Extranjeras de Paris solo pudieron enviar a Extremo
Oriente dos misioneros. Fue en estas circunstancias que el Espíritu Santo se posó sobre la joven Pauline Marie Jaricot, que,
tras una vida acomodada y mundana, había encontrado en el amor de Cristo la
felicidad que sus vanidades le negaban.
Pauline se descubrió
«hecha para amar y obrar» y, con solo diecinueve años, escribió las líneas
generales de una asociación a favor de las misiones que tomó el nombre de Obra
de Propagación de la Fe. El compromiso era muy simple: rezar por las misiones y
aportar para ellas una cuota semanal de cinco céntimos. Su plan tuvo un éxito
más allá de cualquier previsión. La idea encendió muchos corazones y el
proyecto se propagó como la pólvora. Cien años después, como confirmación de su
espíritu misionero y de servicio a la Iglesia universal, Pío XI declaró la Obra
de la Propagación de la Fe «Pontificia».
El pasado 22 de mayo
de 2022, Pauline Jaricot fue beatificada en Lyon, Francia. De su mano, la vida
consagrada de la Provincia Eclesiástica de Madrid se pone en oración, a la
escucha de su Esposo «amado sobre todas las cosas» (LG 44), intercediendo por
la misión y los misioneros, pidiendo «al Dueño de la mies que envíe obreros a
su mies» (Lc 10,2) y recordando, como explica el Papa Francisco en su Mensaje para
la Jornada Mundial de las Misiones de este año, que «cada cristiano —y de modo
especial cada consagrado— está llamado a ser misionero y testigo de Cristo».