Irene viajó este verano a Perú para tener una experiencia corta de Misión y nos dice que "Ha aprendido a tener una mirada paralela con el otro, igualitaria, porque nadie es más que nadie." Sabias palabras las suyas. Conozcamos más detalles de su experiencia misionera
Después de varios voluntariados en mi país, hubo un momento
en mi vida en el cual me planteé la idea de irme fuera de España a realizar uno,
a un lugar donde existiese la pobreza y donde yo pudiese hacer falta y así fue
de un día para otro, conocí a las misioneras en mi facultad y tuve “la suerte”
y la posibilidad de poder tener el billete de avión para aterrizar en San Juan
de Lurigancho (Perú).
Aquel lugar tan peculiar y que tan significante ha sido en
mi vida. No hubo un día que no aprendiese algo de allí, que no dejase de ver
situaciones nuevas, impactantes e incomprensibles para mí. Desde los niños
desamparados, escasos de comida, con carencias de muchos tipos: cariño, cuidado
y atención, hasta el niño que regalaba su bolsa de chucherías a otro ya que
éste no tenía.
En el hospital conocí también a niños inmóviles en sus camas
enfermos. Almendra, así se llama una niña que apenas podía moverse, sin familia
sin unos tutores que pudiesen ocuparse de ella y que aún así solo buscaba jugar
y compartir tiempo contigo. Yo me cuestionaba una y otra vez la fatalidad de la
situación de esta niña, pero ella y su inocencia solo te regalaban sonrisas.
En el comedor donde ayudábamos a dar comida a los
necesitados. Vi gente tan agradecida, tan educada, tan humilde, tan
avergonzada, respetuosa y reservada. Muchos no mantenían una mínima palabra contigo,
pero sus miradas lo decían todo, aquellas miradas tan perdidas, tristes y
desesperadas que pedían ayuda y consuelo. Aquellas miradas me tocaban demasiado
el corazón.
Aquella familia de 4 miembros que conocimos y a la cual solo
podías entregar un plato de comida, ya que no llegaba para los demás. Los niños a los que visitaba, los cuales en
mi país podrían tener unas condiciones y un desarrollo mucho mejor al que tenían
allí. Me impactó conocer un niño autista
con dos tumores cerebrales que su padre no tenía la plata para poder operarle
en Cuba o EEUU, ese padre que a la vez era madre. Este niño no podía hablar ni siquiera ponerse
de pie, pero, su mirada me transmitió tanto: ¡tanta impotencia, tantas ganas de
poder ayudarle y que tuviese la vida que todo ser humano merece!
Una tarde de domingo, nos fuimos Cerro arriba, a visitar una
familia, con varios hijos y una casa con cuatro paredes de madera sucia y
desaliñada, sin ningún tipo de recursos económicos, ni tampoco psicológicos,
aquello no cubría ni las mínimas necesidades que una persona necesita. Pero una
vez más, los niños ¡tan vivos!, tan inocentes de vivir ahí y de tener que vivir
esa situación. Yo me preguntaba continuamente por qué y por qué.
Y aquella familia que solo pedía una sencilla prueba para
saber si tenían o no tuberculosis y así quitar la angustia con la que vivían,
que solo pedían un mínimo ingreso económico para poder sacar adelante a sus
cinco hijos.
El encuentro con un chico venezolano con una carrera
profesional, me marco. Su único ingreso económico era vender caramelos en los
autobuses y a pesar de ello, él nos los regalaba porque quería que fuese un detalle
de la gente de Venezuela.
Y tantas experiencias en el día a día, tanto que asimilar y
reflexionar detenidamente que no hay día que no piense en Perú y en todo lo que
me ha aportado.
Perú me ha mostrado mucho, allí bastante población sobrevive
no vive. La pobreza material, el atraso a nivel profesional o en las
instituciones sociales en las que hacíamos el voluntariado, con medios y
recursos muy sencillos en comparación con otros países.
Pienso en la falta de
empatía de parte del poder y gobierno hacía la gente de su propio pueblo. ¿Cómo
es posible? Pienso en la injusticia de este mundo, en nuestra capacidad para mirar
para otro lado como si no pasara nada y todo estuviera bien.
Pero también he visto corazones vivos en Perú. Su gente es
gente humana, gente sencilla y amable, gente agradecida con lo poco que tienen,
gente educada, con mucha capacidad de resiliencia, con un sentido de comunidad
muy grande; su sensibilidad, su bondad, su caridad, su amor y su afabilidad. Todos
los que estuvimos allí, observamos la riqueza material de la que carecen y la
riqueza moral y valores de la que gozan.
Y entonces me di cuenta de lo que hay fuera de nuestra
burbuja europea y occidental. Esto pasa cuando tocas la realidad o por lo menos
te asomas, te haces consciente de lo mucho que tenemos y lo poco que lo
valoramos a veces. Es pura suerte y
casualidad el que te haya tocado vivir en unas condiciones de vida y no en
otras. He aprendido a tener una mirada paralela con el otro, igualitaria, porque
nadie es más que nadie. El valor de la vida
de un pobre mendigo anciano pidiendo dinero para poder comer en su día a día,
es el mismo que el que vive en el completo lujo, nadie tiene menos derechos que
nadie, porque todo el que viene a este mundo tiene el derecho a una vida justa
y en condiciones.
He aprendido, que debemos mirar al otro y ponernos en su
piel, pienso que “hay mucha humanidad en paro”, es decir: muchos
corazones que necesitan estar más vivos y cambiar este mundo a mejor, porque
solo hay una raza: la humana. Aunque es verdad que nos separan fronteras,
culturas, lenguas e ideas, creo que, hay algo que nos une a todos y es el
lenguaje del amor. ‘’Porque mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo
cosas pequeñas puede cambiar el mundo’’.