Victor Hervías Bel es seminarista del Seminario Mayor Diocesano "La Inmaculada y de los Santos Justo y Pastor" de Alcalá de Henares. Este verano fue junto con otros seminaristas y el director espiritual del seminario, P. Francisco Rodríguez González, al viaje misionero a Perú. Nos comparte su experiencia.
Testimonio
misionero Perú 29 de Agosto 2019
Acompañando el testimonio del
padre Francisco, escribo unas breves líneas que expliquen un poco nuestra
experiencia como seminaristas en esta misión en Perú. Antes de comenzar, nosotros
organizamos nuestro verano junto con los formadores y nuestro director
espiritual, para aprovechar del mejor modo posible los casi 3 meses que tenemos
sin clases. En ese tiempo José Félix, Sergio y yo hemos tenido la suerte de
viajar, junto con el padre Francisco, a Perú, a ayudar en una organización
llamada Coprodeli. Esta ONG fue fundada por un sacerdote de nuestra diócesis,
Miguel Ranera, hace 27 años y se encarga entre otras cosas de la educación en
barrios muy desfavorecidos, fundando colegios católicos que siempre van
acompañados de una iglesia.
Hemos tenido la oportunidad de
colaborar con ellos realizando un voluntariado pastoral. Acudimos a diferentes
colegios de las zonas del Callao (en Sarita y Pachacutec) y algunas ciudades
del sur (Lurín, Ica, Pisco y Chincha Baja), donde pudimos ver que, por encima
de la pobreza material, el mayor problema era una pobreza espiritual, que tenía
que ver con una apropiación de los nuevos valores de la cultura occidental. A
través de internet los muchachos (y sus familias) quedaban fascinados por el mensaje
de individualismo y la falsa libertad (libertinaje) que ellos ven tanto en
series, películas, youtubers, etc. Eso creaba también una escala de prioridades
que no se ajustaba realmente a sus necesidades (prefiero un móvil, un televisor
grande o cenar fuera el fin de semana a cubrir otras necesidades más básicas
pero menos vistosas). Era impactante ver a un muchacho defendiendo antes los
derechos de la ideología de género que a tener una vivienda digna o una
educación de calidad.
Frente a ese problema nuestra tarea principal
era el testimonio y la catequesis, mientras que el padre Francisco se dedicaba
a lo único que nosotros no podíamos hacer: celebraba la Eucaristía y confesaba
durante todo el día, acercando a las personas a la misericordia de Dios y
haciendo a Cristo presente.
Nuestro día a día en los
colegios siempre comenzaba con una lectio
con los maestros a primera hora, seguida de la celebración de la Santa misa con
los alumnos de secundaria. Allí, uno de nosotros daba testimonio de su vocación
al acabar la Eucaristía y ya pasábamos al reparto de roles. Mientras el padre
Francisco confesaba nosotros íbamos por
las aulas, desde infantil (3 años) hasta 5º de secundaria (17 años). Dentro de
las aulas la cosa variaba mucho (por la evidente diferencia de edad) pero a
todos ellos les trasladábamos el kerigma
primeramente y luego, en función de las necesidades, íbamos hablando con los
muchachos de multitud de temas: mandamientos, comportamiento, vida cristiana,
afectividad, proyecto de vida…Todos ellos temas que los profesores y
voluntarios veían necesario trabajar con los chavales. Y luego ellos mismos, en
cuanto habían cogido algo de confianza, preguntaban sobre todas las dudas que
tenían. Al acabar la jornada lectiva pasábamos
junto con el padre Francisco a echar una mano con los padres y las madres
(especialmente mujeres en riesgo) a las que Coprodeli ayuda por las tardes. Es
algo muy importante que una organización entienda su trabajo como algo global.
¿De qué sirve educar a los hijos si no se ayuda a todo el núcleo familiar? Con
la mayor de las humildades, pues uno se siente intimidado al hablar desde su
juventud a un grupo así, les indicábamos como llevar adelante su fe, como
ayudar a sus hijos en sus familias, tratando de acercarles a Cristo mostrando
las bondades de su Iglesia.
Adentrándonos un poco más en
la experiencia en sí, las palabras siempre se quedan cortas. Nos ha sorprendido
a todos la comunidad que crece en los Barracones, la zona más peligrosa de todo
Perú, donde en tres pequeñas capillas los fieles se reúnen para celebrar la
Eucaristía y crecer juntos. Ver, en medio de aquel barrio, a estas personas
unidas en oración, que buscan perseverar en su camino de fe es para nosotros un
testimonio inmenso de la Iglesia en el mundo. Entre toda esta violencia, ellos
tienen la oportunidad de plantarle cara y vivir el Evangelio cambiando poco a
poco su barrio.
Fue precioso también poder
pasar los días hablando con los chavales acerca de todas sus dudas e
inquietudes con respecto a la fe. La atención y el respeto que te prestaban,
haciendo suyos los conocimientos que tratábamos de transmitirles y mandándose
callar unos a otros para poder escucharte te hace consciente de la belleza del
mensaje que transmites, que cuando uno se abre a él todo lo demás lo considera
pérdida. También descubrir la importancia de la humildad y confiarse al Señor,
sabiendo que es El solo el que tiene que hacer florecer la pobre semilla que tú
plantas.
Ver, por último, como tu
necesidad de oración crece día a día, siendo consciente de que es Dios quien te
sostiene, buscando pasar todos los momentos posibles en su compañía. Comenzar
el día con laudes, cada clase rezando, celebrar con ellos la Santa Misa y poder
llevarle al Señor al llegar la noche tantas personas que has conocido, ponerlas
delante de Jesús sacramentado sabiendo que Él se hace cargo es una fuerza
tremenda para la tarea que se te presenta. Hoy aún seguimos encomendando a
tantas personas que dejamos allí, pidiendo por ellas, manteniéndonos unidos en
la oración.
Ha sido una oportunidad
increíble, que nos ha confirmado en nuestra vocación. No hay nada como acercar
a la gente al Señor, para saber que eso es a lo que quieres dedicar toda tu
vida. Ver como Cristo pasa a través tuyo para darse a los demás, y comprobar la
necesidad de sed de Dios que hay en las almas de la gente es un incentivo muy
grande para seguir progresando en este camino vocacional.