miércoles, 27 de septiembre de 2017

LA MISIÓN, ESCUELA DE DIOS

En su testimonio, Beatriz anima a todos los jóvenes a tener una experiencia misionera


Me llamo Beatriz Fra Amores, tengo 18 años y soy de la Diócesis de Alcalá de Henares. He tenido el inmenso regalo de haber podido participar dos años consecutivos en un viaje misionero a Ecuador.
Para mí la Misión es una dosis de Misericordia; pues el Señor me lleva allí para hablarme, para caer en la cuenta de que le necesito y de que no soy nada sin Él, y de sencillez; pues allí sin tus comodidades, tus facilidades de vida descubres que lo verdaderamente importante es amar a Dios y reflejar su amor por las almas. Y esto es lo que yo vivo, o intento vivir con Su ayuda, en la Misión.
Pasamos un poco más de 20 días en los que lo único que importa es cumplir dócilmente la voluntad de Dios e ir allí donde Él nos lleve; ya sea a una familia, a un colegio, a un encuentro de jóvenes, o a comunidades en la selva. Vas descubriendo con el paso de los días que necesitas la fuerza de la Eucaristía y el descanso de la Oración, que no es tan importante las ayudas materiales que puedas ofrecer sino llevarles el Amor de Dios que lo puede todo. Que por mucho que te esfuerces en ser generosa, buena y agradable solo lo serás si te dejas hacer por el Señor y pones todo tu ser a su servicio.  Esto te enseña y te ayuda a vivirlo bien para que cuando vuelvas a tu casa, al sitio que Dios ha pensado para ti, puedas vivirlo con la misma sencillez y alegría que en el lugar de la misión, entregándote del todo al Señor y no solo con ‘las migajas’. Por eso nos gusta llamar a la Misión ‘la Escuela de Dios’ porque en cada acto, palabra, situación… el Señor te guía, te enseña y te ayuda a cumplir lo que Él quiere, aprendiendo a mejor amarle y servirle. Es una maravilla comprobar como en la sencillez en la que la gente vive allí, el Señor se muestra tan fácilmente y nos acompaña en todo momento, mirando a cada uno de los que allí sufren con inmenso amor e inmensa misericordia.
Por eso animo a todos a tener una experiencia misionera y, por supuesto a hacer de su vida una Misión, a abandonarse del todo en Dios y dejarse hacer por Él, porque el Señor nunca se deja ganar en generosidad.