ENFERMOS MISIONEROS: ¿QUÉ ES ESO?
El misterio del
dolor está unido a nuestras vidas de una forma inseparable. Todos pasamos,
antes o después por la enfermedad, el sufrimiento en sus más diversas
expresiones, el duelo por los seres queridos y la propia muerte. A veces no es fácil descubrir el tesoro que
tenemos en nuestras manos cuando sufrimos. Es un regalo valioso, pero envuelto
en un paquete que nos repugna. Lo fácil es rebelarse, quejarse, no
comprender… Pero esa actitud solo engendra más sufrimiento, frustración,
desaliento, depresión, sinsentido. Muchas veces hemos escuchado que lo
cristiano es resignarse, pero no es suficiente, porque resignarse es tanto como
decir: «¡Qué le vamos a hacer! Tendré que
aguantarme». Esa actitud puede llevarme a
desconfiar de la bondad y del poder de Dios, y desde luego a desperdiciar el
tesoro que el sufrimiento pone en nuestras manos.
Si la resignación
no es el camino, ¿cuál es la actitud cristiana frente al dolor?
La aceptación desde la confianza de
que nuestro Padre Dios no permite que nos pase nada que no termine
convirtiéndose en un bien enorme para nosotros, aunque de momento no lo
comprendamos. Pero si nos fiamos, veremos que es verdad lo que escribía San
Pablo: «Todo
es para bien de los que aman a Dios» (Rm 8, 28). Atentos a clarificar
una cosa. Muchas veces escuchamos decir: «Dios lo ha querido». Pero lo decimos con ese tipo de
resignación que señalábamos antes, que nos lleva a la tristeza y a la
desconfianza en la bondad de Dios. Dios
no quiere todo lo que nos ocurre, pero, si lo permite, es que va a sacar de ese sufrimiento bienes mucho mayores que el dolor
que comporta. Porque Dios es bueno. Y nos ama.
El sufrimiento es
un tesoro
Debemos estar
atentos a «negociar»
con este «capital» –este tesoro– que la
enfermedad, la soledad, la ancianidad o la muerte ponen en nuestras manos. «Negociar» significa ofrecer al Señor nuestro sufrimiento. El cristiano que sufre y que
es consciente del tesoro que el dolor pone entre sus manos, al ofrecerlo se une
a Cristo en la Cruz por la salvación de la humanidad. También por personas o
intenciones más concretas: el cónyuge, los hijos, la familia, nuestro país… pero podemos ir más lejos, podemos poner
nuestro dolor al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia. ¿Cómo?
Convirtiéndonos en enfermos misioneros.
¿Qué significa ser
un «enfermo misionero»?
Ser enfermo misionero consiste en ofrecer tu
sufrimiento por los misioneros y para que todas las personas conozcan a Cristo.
Lo ofreces para sostener a estos hombres y mujeres tan generosos, que han
dejado su patria para anunciar a los hombres la gran noticia que llena nuestra
vida de sentido: Jesucristo nos ama y ha entregado su vida para abrirnos las
puertas del Cielo. Y lo ofreces también por todas aquellas personas que todavía
no saben cuánto las ama Jesucristo, para que tengan quien les predique el Evangelio,
porque no hay sufrimiento mayor que desconocer cuánto nos ama Jesucristo. Y es
que, teniendo a Cristo, todo cambia.
«Vosotros regáis continuamente la Iglesia
con vuestra vida, con vuestros sufrimientos, con vuestra paciencia», les
dijo el Papa Francisco a los enfermos
en una parroquia de Roma (14 de diciembre de 2019). Y añadió: «La Iglesia sin los enfermos no podría
seguir adelante. Vosotros sois la fuerza en la Iglesia, vosotros sois la
verdadera fuerza».
La familia de los «enfermos misioneros»
Para acompañar a los enfermos misioneros,
Obras Misionales Pontificias edita cada dos meses un tríptico para meditar
la Palabra de Dios, escuchar la voz del Papa y contemplar el testimonio de los
misioneros. Este tríptico le recordará cada dos meses la necesidad que la
Iglesia misionera tiene de usted, de su oración y su ofrecimiento.
Rezar y ofrecer nuestro
sufrimiento por los misioneros y las misiones, nos convierte en «enfermos misioneros».
Cuando parece que ya no tenemos fuerzas ni capacidad para hacer nada,
descubrimos que, uniendo nuestro dolor al de Cristo Crucificado, llegamos hasta
los confines de la tierra con nuestro ofrecimiento. La Iglesia nos lo ha mostrado con la elección de los dos patronos de
las misiones. Uno es San Francisco
Javier, el ardiente misionero que evangelizó la India, las Filipinas, el
Japón y murió agotado
por el amor frente a las costas de China. La otra es Santa Teresita del Niño Jesús, una joven religiosa francesa, que entró
con 16 años en el Carmelo de Lisieux, del que nunca salió, hasta morir con solo
24 años de tuberculosis. Pero toda su oración y su sufrimiento lo ofreció por
los misioneros. Y la Iglesia la ha nombrado patrona de las misiones, sin haber salido
nunca de su convento, pero consciente del valor y la fecundidad de su
ofrecimiento. Ella es el modelo de los
enfermos misioneros.
Si usted quiere convertirse en «enfermo
misionero» necesitamos su consentimiento para formar parte de la familia de los
«enfermos misioneros», necesitamos su dirección y el permiso para conservar sus
datos para poder enviarle el tríptico. Y si nos lo permite, poder incluso
visitarle o permanecer en contacto con usted a través del teléfono. Escríbanos
a misiones@obispadoalcala.org
o llame al 91 888 2700 preguntando por la Delegación de Misiones.